Desde el murmullo ancestral del Son, comenzó una travesía rítmica que marcaría la identidad de un pueblo. El Son cubano no es solo música, es raíz viva, es baile, es una manera de andar por la vida con sabor, elegancia y alma. Nacido del cruce entre lo africano y lo español, el son es tambor, guitarra, marímbula, clave; es conversación entre cuerpos, canto al amor, a la lucha y a la tierra.

Del Son brotó el Danzón, con su aire señorial y pausado, donde cada paso cuenta una historia, donde el silencio también baila. Luego vino el Chachachá, alegre y juguetón, con su ritmo corto y sabroso que hizo mover al mundo desde los pies hasta la sonrisa.

Después, el ritmo se aceleró y explotó con el Mambo, poderoso y vibrante, que llenó salones y escenarios con su energía incontrolable. Más adelante, desde las comparsas y la calle, emergió el Mozambique, con tambores protagonistas, fuerza africana y cuerpo en trance, una revolución rítmica con raíces profundas y mirada hacia el futuro.

El Pilón trajo el gesto cotidiano a la danza: moler el café, trabajar la tierra, transformar el día a día en fiesta. Movimiento con intención, con origen campesino y alma popular.

Y así, llegamos al Casino, expresión máxima de la danza social cubana. No es solo salsa cubana: es rueda, es abrazo, es complicidad. Es el encuentro de todos esos ritmos anteriores en un solo cuerpo colectivo que gira, fluye y goza. En el Casino, la tradición se hace presente, la comunidad se conecta, y la historia sigue viva.

Desde el Son hasta el Casino, no es solo una evolución musical, es un viaje del alma cubana: una que nunca deja de reinventarse, de celebrar, de resistir… bailando.